Todo lo que la Iglesia tiene para ofrecer al mundo se resume en la palabra "evangelio", la buena noticia de Dios. Todo hablar y actuar de Jesús fue justificación del pecador. Él es la justificación en persona. En nombre de Dios buscó al perdido, perdonó a los culpables, se inclinó a los pobres y despreciados. En Jesús se revela el “Dios amor” que no condiciona la acogida a méritos y dignidad.
La doctrina evangélica luterana está caracterizada por cuatro pilares, unidos entre sí, que sostienen la relación saludable entre el ser humano y Dios; consuelan, alegran y dan esperanza al ser humano:
SOLO CRISTO (Solus Christus): “Y en ningún otro hay salvación, porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres mediante el cual podamos ser salvos” (Hechos 4:12).
Lutero rescató la enseñanza bíblica sobre la centralidad de Cristo como único fundamento de nuestra fe y de nuestra salvación. Solo Cristo salva, solo Cristo perdona, solo Cristo nos conduce a la comunión con Dios. El ser humano no tiene fuerzas ni recursos para salvarse a sí mismo por medio de sus obras o méritos personales. Por sí solo, el ser humano es esclavo de la corrupción y de la perdición. Jesucristo, por causa de la obra que realizó en la cruz, es el único que puede rescatar al ser humano del mal y del pecado en el que se encuentra. Lutero coloca en el centro de la fe únicamente a Cristo y la cruz, y quita al ser humano todo poder o pretensión de hacer que la salvación pase por imágenes, santos, promesas u obras meritorias.
SOLA GRACIA (Sola gratia): La salvación es una iniciativa gratuita de Dios, realizada por medio de Cristo. Así afirmó Lutero: “Entiendo que el pecador es justificado únicamente por el amor, la misericordia y la gracia de Dios, y nada más. La gracia de Dios me libera de la culpa, del poder y de la presencia del pecado.” Dios nos ama incondicionalmente y nos acepta como sus hijos e hijas, perdonándonos sólo por misericordia y gracia, por medio de la muerte vicaria de Jesucristo en la cruz. Según Lutero, el amor de Dios no va al encuentro de lo que es digno de ser amado, sino que, antes que todo, crea lo que es digno de amor. En la persona pecadora no existe nada bueno que pueda contribuir a su justificación. Aun si quisiera, no podría merecer el amor de Dios. Solo lo experimenta por gracia.
SOLA FE (Sola fide): Si la salvación es realizada solamente por Cristo, entonces también es verdad que podemos alcanzarla solamente por la fe y no por nuestras obras. No necesitamos conquistar el favor de Dios. Dios ya manifestó cuánto nos ama al enviar a su Hijo al mundo. Él nos perdonó, nos salvó y nos reconcilió consigo mismo, sin cobrar a los seres humanos sus injusticias y pecados. Todo esto puede ser aceptado como un regalo divino, por medio de la fe. Libres de la esclavitud del pecado, podemos servir a Dios y al prójimo. Es de esto que Lutero habla cuando afirma que por la fe “somos libres de todo y siervos de todos”. En este sentido, el texto de Romanos 1:17 fue fundamental: “El justo vivirá por la fe”. Es decir, Dios nos justifica, nos hace justos, no por nuestras acciones, sino por la acción de Cristo a nuestro favor.
SOLA ESCRITURA (Sola Scriptura): La Escritura es central para la comunidad cristiana; de ella la comunidad debe alimentarse y en ella debe basar sus acciones. Sola Escritura puede llevar al camino de la salvación, por medio de Jesucristo. Ninguna ley, tradición, convención humana, ni siquiera la Iglesia está por encima de la Sagrada Escritura. Coherente con su enseñanza, Lutero tradujo la Biblia al alemán, para que todo el pueblo pudiera tener acceso y leer las Sagradas Escrituras. La reciente invención de la imprenta de tipos móviles ayudó mucho a popularizar la Biblia, permitiendo que las personas fueran mejor
Justificación por gracia y fe
La justificación se deriva exclusivamente de la bondad y misericordia de Dios, sin ningún mérito ni dignidad por parte de la persona. En lugar de someterse a esfuerzos, exigencias de productividad, presión por resultados o méritos, la persona se descubre como alguien que recibe un regalo.
Recibir un regalo trae alegría. De la misma manera, regalar trae alegría. No se requieren resultados ni productos, pero la alegría de ambas partes se hace posible cuando la gracia se manifiesta: la alegría de Dios que justifica y la alegría de la persona justificada.
Sacerdocio Universal de las personas creyentes
El sacerdocio universal es la razón por la cual las Iglesias Luteranas ponen énfasis en la participación de los miembros en la organización y en la conducción de la vida comunitaria. En nuestras comunidades, las personas participan en decisiones en todas las instancias y se comprometen en diferentes actividades, contribuyendo con recursos, capacidades y dones.
Martín Lutero enfatizó el sacerdocio universal a partir de la lectura e interpretación de la Biblia. Por un lado, la Biblia afirma que Jesucristo es el único mediador y sacerdote que nos permite el acceso directo a Dios: “Porque hay un solo Dios y un solo Mediador entre Dios y la humanidad, Cristo Jesús, hombre, quien se dio a sí mismo en rescate por todos, testimonio que se debe dar en tiempos oportunos” (1 Timoteo 2:5-6); Teniendo, pues, a Jesús, el Hijo de Dios, como gran sumo sacerdote que entró en los cielos, mantengamos firme nuestra confesión. (Hebreos 4:14)
Por otro lado, también existe la convicción de que Jesucristo comparte con nosotros la dignidad de sacerdotes y sacerdotisas: “Pero ustedes son linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo de propiedad exclusiva de Dios, a fin de proclamar las virtudes de aquel que los llamó de las tinieblas a su maravillosa luz” (1 Pedro 2:9); “y los has hecho para nuestro Dios un reino y sacerdotes; y ellos reinarán sobre la tierra” (Apocalipsis 5:10).
El sacerdocio universal presupone miembros activos, que asumen la responsabilidad frente a la misión de Dios realizada a través de las actividades de la comunidad. El sacerdocio no tiene un fin en sí mismo, sino que es el medio para alcanzar un objetivo determinado. Y este objetivo es la proclamación del evangelio de Jesucristo. Quien es sacerdote o sacerdotisa de Dios tiene la tarea de proclamar el evangelio en palabra y acción.
El sacerdocio universal es un compromiso de toda persona cristiana: por eso hablamos del sacerdocio de todas las personas que creen. No se trata de un grupo selecto, sino de toda la comunidad. Ninguna persona cristiana está excluida; muy por el contrario, cada persona tiene la responsabilidad de participar en la misión de Dios.
El sacerdocio universal se basa en la concepción de un cuerpo, en el cual cada miembro es importante y desempeña una función necesaria para el mantenimiento del cuerpo. Entre los diversos aspectos de la concepción de iglesia como cuerpo, se destacan:
- Complementariedad: cada miembro es necesario para completar el cuerpo. El cuerpo solo se completa con la unión de las diversas partes.
- Igualdad: todos los miembros tienen la misma importancia para el cuerpo, incluso aquellas partes más pequeñas o que no parecen tan nobles.
- Funcionalidad: cada miembro tiene una función y ejerce esa función en beneficio del todo al cual sirve.
- Diversidad: así como un cuerpo tiene diferentes miembros, en la comunidad existe diversidad de dones.
Los Sacramentos
El Santo Bautismo
En el Bautismo a través del agua, Dios nos hace hijos suyos sólo por su amor infinito y sella en nosotros su salvación. En el Bautismo Dios nos promete el perdón de los pecados y la vida eterna por medio de la muerte y resurrección de Cristo. Todos los bautizados y bautizadas formamos la Iglesia de Cristo o “Comunión de los Santos”, ya que en el Bautismo somos hechos santos (todos por igual, sin existir nadie más “santo” que otro). Es en el Bautismo que Dios nos da la fe por medio del Espíritu Santo. Luego esa fe será la que nos conduzca hacia la vida en Dios que cada uno vivirá mientras va creciendo. Como es Dios quien actúa en el Bautismo por medio de su promesa y su Espíritu –y no nosotros– la Iglesia Luterana bautiza desde la primera edad, de los bebés. Siguiendo las palabras de Jesús: «Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan» (Mt 19:14), creemos fundamental y necesario el bautizar a los niños y bebés, ya que de modo contrario, estaríamos negándoles la gracia de Dios que reciben a través del Bautismo, y que no depende de nuestra razón o comprensión del Sacramento, sino de la gracia que Dios quiere darnos a través del mismo Sacramento.
El luteranismo insiste en la práctica tradicional del sacramento del Bautismo infantil para que la gracia de Dios ilumine al recién nacido. El Bautismo significa amor incondicional de Dios, que es independiente de cualquier mérito intelectual, moral o emocional por parte de los seres humanos. Jesús vino al mundo para que los hombres «tengan Vida y la tengan en abundancia» (Juan 10:10). Él nos dice que esa vida es una novedad tan radical, que para poseerla es preciso «nacer de nuevo». Sólo el que renace «de lo alto» por el «agua» del Bautismo y por la acción del «Espíritu» puede participar de la Vida de Dios (Juan: 3:3-5). En la primera fiesta cristiana de Pentecostés se cumple el anuncio profético de la venida del Espíritu Santo: «Derramaré mi Espíritu sobre todos los hombres». (Joel 3:1). Este bautismo «en el Espíritu Santo» (Lucas 3:16) es el acta de nacimiento de la Iglesia, el Pueblo de la Nueva Alianza de Dios. El Espíritu Santo de Dios ha penetrado en cada cristiano por medio del Bautismo y sellado en él la promesa de Vida Eterna. Finalmente Creemos en un solo Bautismo en nombre de Dios Trino para los cristianos, el cual es indivisible e irrepetible.
La Santa Cena
En la Santa Cena, Comunión o Eucaristía, el pan y el vino son, a los ojos de la fe, verdadero cuerpo y verdadera sangre de Cristo que nos fortalece en la fe y en la comunión con Dios. Cada vez que compartimos la Cena del Señor, entramos en contacto con Jesucristo resucitado y recibimos el perdón de los pecados que nos hace aptos para la salvación por fe en Él. El mayor amor de Dios se manifiesta en la comunidad cuando ésta se reúne alrededor de su mesa y recibe su gracia. Como la Santa Cena es un don dado por Dios, nosotros creemos que la mesa es abierta y que toda persona bautizada que crea que ese pan y ese vino son el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de nuestro Señor, debe ir y recibir el Sacramento, sin importar si es o no miembro de la iglesia. Al ser éste un regalo de Dios, que nos es dado sin merecerlo, no debemos pensar que se ofrece a personas “perfectas”. El Sacramento es para los pecadores y no para los perfectos. Mientras más pecado hay en nosotros, entonces más necesitamos del cuerpo y la sangre de Jesucristo, que nos fortalece e ilumina en el infinito amor de Dios.
En la celebración luterana de la Santa Cena tanto el pan como el vino son recibidos por todos los comulgantes. A diferencia de otros grupos protestantes, los luteranos proclaman la Presencia Real de Cristo “en, con y bajo” los elementos del pan y el vino en la Eucaristía, creencia basada en la promesa que el propio Jesucristo hizo en la institución de la Sagrada Comunión cuando dijo: «Este es mi cuerpo» y «Esta es mi sangre» (Mt. 26, 26-28).
Los Sacramentos son el regalo que Dios nos dejó en Jesucristo. Nosotros sólo los recibimos por fe, junto a la Comunidad que se reúne en su Nombre. No hacemos nada más que presentarnos humildemente ante Dios; es Dios quien actúa regalándonos su amor y dándonos esperanza en un presente y un futuro de comunión eterna con Él y con nuestros hermanos y hermanas en la fe.